A
fines del 2009 los indígenas de las
cinco comunidades de Avá Guaraní, del Alto Paraná paraguayo, comenzaron a caer
desmayados, como empujados por un dedo que los tiraba al estilo de fichas
de dominó, que son derribadas una sobre la otra hasta terminar con todas
tendidas en el piso. Horas antes habían
sido "acomodados" por un avión que los había fumigado con
agrotóxicos, por expreso pedido de un sojero brasileño, que quería ser amo y
señor de sus tierras.
"Fueron
fumigados porque un terrateniente los quería desalojar para sembrar soja. Luego
la gente que cayó desmayada por esto, fue trasladada al hospital de Ciudad del
Este donde la por entonces ministra de Salud, Esperanza Martínez, visitó a los
afectados y afirmó que
la intoxicación se debía a los agrotóxicos", así lo informa Magui
Balbuena, integrante de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Mujeres
Rurales (CONAMURI).
Según la
dirigente, un tiempo más tarde la ministra tuvo que desdecirse por la presión
de los sojeros, aunque los efectos de los agrotóxicos continuaban apareciendo, "cinco niños de
la comunidad nacieron sin hueso en sus cabezas y murieron al instante".
Ellos fueron los más afectados de los 200 indígenas contaminados por el
"rocío" de agroquímicos.
"Lamentablemente
no hay datos confiables sobre la cantidad de casos de contaminación con
agroquímicos, pero hay doctores del hospital de Clínicas de Paraguay que nos
informan que es alarmante la cantidad de linfomas producidos por la exposición
a estos", resalta Balbuena.
Según Pablo
Galeano de la ONG Redes de Uruguay, la falta de estadísticas públicas sobre
este fenómeno, es común en la mayoría de países latinoamericanos productores de
soja. Esto es sorteado, en general, por la labor de organizaciones de derechos
humanos, campesinos, científicos y médicos preocupados por la contaminación,
quienes son el primer punto de contacto con estas realidades.
En el caso de Paraguay, país que consume 22 millones de litros de pesticidas al año,
la doctora Stella Benítez Leite realizó un estudio en el hospital regional de
Encarnación, distrito con importantes extensiones de soja, donde comprobó que
"hay una prevalencia de casos de malformación congénita en embarazadas que
viven a menos de mil metros de zonas de fumigación o en lugares en los que se
almacena agroquímicos".
En Brasil, líder en uso de
agrotóxicos con mil millones de litros, se intoxican 5.600 personas al año, según la Red Social de Justicia
y Derechos Humanos. En base a informes del ministerio de Salud de este país, se
estima que todos los años se producen 2.300 "tentativas de suicidios"
por efecto de agrotóxicos, de acuerdo a datos del periodista Raúl Zibechi, quien
además informa que la mayoría se ocasionan en la región del sur, zona donde se
concentra el grueso del cultivo de la oleaginosa del país.
Una
excepción a la regla de carencia de estadísticas públicas, se observa en el
caso de la
provincia argentina de El Chaco, donde el Servicio de Neonatología del
Hospital Perrando de Resistencia, afirma que en 1997
hubo 19,5 malformaciones cada 10 mil nacidos vivos, mientras que en 2008 la
cifra se trepó a 85,3. Es importante notar que en el mismo lapso, la
cosecha de la soja se multiplicó, también por cuatro.
Medardo
Ávila Vázquez, Coordinador de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados de
Argentina, sitio
en el que se consumen 300 millones de litros de agroquímicos, afirma:
"Existen casi 12 millones de personas fumigadas en el país. En esas zonas,
la tasa de malformaciones es cuatro veces mayor a la de las ciudades. En
los pueblos afectados, la primera causa de muerte es el cáncer con el 33% de
los decesos, mientras que en las grandes ciudades la primera causa son los
problemas cardiovasculares con el 27%, y recién la segunda es el cáncer con el
19 por ciento".[1]
Según la misma Red, algunos de
los principales efectos de los agrotóxicos son los siguientes: Reducción de la edad media y talla de crecimiento,
malformaciones congénitas, depresión, suicidios, afectación al sistema nervioso
central, lupus, leucemia y otros tipos de cáncer, entre diversas afecciones.
Uno de los pesticidas más comunes
y que más afecta a la salud de la población es el Roundup Ready, utilizado para
el cultivo de la soja transgénica RR, única que resistente al herbicida, lo que
genera mayor dependencia a la hora de plantar este poroto (Semilla y su veneno, son de la multinacional Monsanto).
La Unión
Europea, por ejemplo, conoce que el glifosato, activo del Roundup Ready, es
altamente nocivo para la salud desde 1998, pero igual permite su
utilización, según lo informa un estudio de especialistas de las universidades
de Cambridge, San Pablo y la escuela de Medicina de Londres (También afirman
que Monsanto lo sabe desde 1980).
Por otro
lado, el doctor en ciencias biológicas Fernando Momo destaca que existen "trabajos de alta
calidad que demuestran que el glifosato daña la salud humana". Entre
estos se encuentran los de científicos de la universidad Pierre et Marie Curie
de Francia, investigadores de la Universidad Nacional de San Luis, y
publicaciones en revistas de ciencia de Portugal y Polonia. Momo sostiene que
algunos de estos trabajos "establecen una
relación directa entre el uso del herbicida y el incremento de abortos en las
esposas de los agricultores".
Uno de los
estudios más serios consultado, fue el realizado por el Laboratorio de
Embriología Molecular del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas y la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En este
trabajo, el primero en su tipo, se analizó "el efecto de
este agrotóxico en embriones anfibios desde la fecundación hasta que adquiere
las características morfológicas de la especie, un experimento totalmente comparable con lo que
sucedería con el desarrollo embrionario de un humano".
Esta investigación consistió en
incubar a los embriones, en dosis entre 50 y 1500 veces inferiores a las usadas
en fumigaciones sojeras, lo que les produjo trastornos intestinales y
cardíacos, malformaciones y alteraciones neuronales. Sobre la cantidad de
glifosato volcado en las cosechas, el ingeniero agrónomo y ex asesor de la
reforma agraria de Nicaragua y Perú, Guillermo Gallo Mendoza, sostiene que "a medida que
es usado genera cada vez más malezas resistentes al herbicida y por ende obliga
a utilizarlo en mayores cantidades".
"Primero
se tira un litro por hectárea, pero con el tiempo se necesitan hasta siete u
ocho para controlar las especies que compiten con la soja. Esto transforma a
los ecosistemas ya que no solo está conformado por los vegetales y animales que
uno ve sino que también por flora y fauna microscópica que mantiene su
equilibrio en funcionamiento", resalta.
A propósito
del daño ambiental, Fernando Momo explica: "Según estudios científicos de
la universidad de Pittsburgh, el Instituto Tecnológico de Chascomús, entre
otros, este herbicida produce daños también en los ecosistemas, lo que provoca
disminución de su diversidad, una baja dramática de algunas poblaciones
animales, y una pérdida irreparable de varios servicios ecosistémicos. En conclusión es
peligroso tanto para la salud humana como para el ambiente".[2]
A pesar de
los resultados palpables y las pruebas científicas, el negocio clama por el
"alma de la tierra" y manda a ser parias contaminados, a millones de
personas que no tuvieron mejor suerte que nacer cerca de la reina de los
comodities, la misma que día a día, "rocía su rentabilidad" sobre una
nueva fila de fichas del dominó.
Investigación
[1]
Agrotóxicos: Los condenados rompen el silencio de Raúl Zibechi.
[2]
"Efectos dañinos del glifosato sobre la salud de los seres humanos y del
ambiente" de Fernando Momo.
Fuente:
sott.net
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