¿Qué vendrá para Europa tras el
triunfo del 'Brexit'?
Aunque las principales
encuestadoras publicitaron durante varias semanas que los británicos estaban
convencidos de su permanencia en la Unión Europea, la postura a favor de la
salida del Reino Unido (el llamado 'Brexit') se impuso finalmente en el referéndum
celebrado el pasado jueves 23 de junio por un margen de diferencia de casi
cuatro puntos: 51,9% votó a favor frente a 48,1% en contra.
Está claro que el sueño de una
Europa democrática, social y solidaria es solamente una fantasía.
Sorpresivamente, el primer ministro,
David Cameron, anunció su dimisión momentos después, la libra esterlina
registró su peor cotización desde 1985 y las principales plazas bursátiles se
desplomaron. Tanto en la región de Asia-Pacífico como en el continente europeo,
los mercados de valores retrocedieron entre 6% y 10%. En definitiva, la salida
inminente del Reino Unido de la Unión Europea abrió un nuevo escenario de gran
incertidumbre en un momento de extrema vulnerabilidad para la economía mundial.
Turbulencia financiera en escala
mundial
A principios de junio, el Banco
Mundial redujo de nueva cuenta su previsión de crecimiento para la economía
global para el año 2015, de 2,9% a 2,4%; el Fondo Monetario Internacional (FMI)
por su parte, advirtió recientemente de que el nacionalismo económico puede
socavar la libre movilidad de los flujos de comercio e inversión entre países,
en tanto que el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés)
vigila con lupa los riesgos subyacentes a una nueva 'guerra de divisas'.
Es que la cooperación monetaria
internacional atraviesa actualmente uno de sus mayores desafíos y, por eso,
ante el peligro de que los mercados de crédito se contraigan de un momento a
otro, el Banco Central Europeo (BCE), a cargo de Mario Draghi, y el Banco de
Inglaterra, a cargo de Mark Carney, salieron a la palestra para dejar en claro
que no escatimarían recursos para garantizar la estabilidad financiera.
A lo largo de la jornada, pero
sobre todo tras las primeras señales de que el 'Brexit' había triunfado en las
urnas, el BCE intervino violentamente en el mercado de deuda soberana para
evitar una escalada de las primas de riesgo ('risk premiums') de los bonos de
las economías de la periferia: Grecia, España, Italia, Portugal, etc. Mientras,
el Banco de Inglaterra ya tenía preparada una poderosa batería de 250.000
millones de libras esterlinas para defender el tipo de cambio frente de los
ataques de los especuladores.
El sistema de la Reserva Federal
(FED) por su parte, bajo el mando de Janet Yellen, puso en marcha una serie de
líneas de crédito ('swap') para proveer liquidez adicional junto con otros
bancos centrales del Grupo de los 7 (G7, conformado por Alemania, Canadá, Estados
Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) en caso de que la volatilidad en
los mercados financieros se saliera de control.
Pero los planes de contingencia
de las autoridades monetarias fueron insuficientes. Las bolsas de valores
mundiales registraron pérdidas por más de 2 billones de dólares en menos de 24
horas. Cabe destacar además que la debacle de la libra esterlina precipitó la
fuga masiva de capitales de cartera de la bolsa de valores de Londres, que de
inmediato se refugiaron en Wall Street. De cara a la turbulencia financiera,
los inversionistas bursátiles buscan protección en títulos financieros más
seguros, básicamente en el dólar y metales preciosos que sirven como reserva de
valor, el oro y la plata, por ejemplo.
No obstante, la compra masiva de
dólares no hizo sino profundizar la debacle de los precios del resto de las
materias primas ('commodities'), ya de por sí muy bajos en comparación con los
años previos a 2009. Por ejemplo, los precios de referencia internacional del
petróleo, el West Texas Intermediate (WTI) y el Brent, que habían registrado
una buena racha durante los meses de abril y mayo, cayeron de nuevo.
Los precios de los hidrocarburos
están ahora por debajo de los 50 dólares por barril, situación que agudiza la
deflación (caída de precios) y que, combinada con las tendencias de bajo
crecimiento del producto interno bruto (PIB) y el desplome de los beneficios
del sector financiero, incrementa exponencialmente los riesgos de que estalle
una nueva crisis bancaria en Europa.
El 'Brexit' no implica forzosamente
el fin de la integración europea
El gran drama que vive Europa en
estos momentos es que quienes
proponen la salida del euro y, luego entonces, de la Unión Europea, son
dirigentes de partidos políticos de extrema derecha, aquellos que utilizan la
retórica xenofóbica para desviar la atención de las verdaderas causas de la
crisis y que, digámoslo con claridad, no tienen ninguna intención de
conseguir el renacimiento de Europa.
El voto a favor del 'Brexit' puso
de manifiesto el enorme rechazo de la integración europea. La política
económica aplicada en el Reino Unido ha seguido básicamente la misma pauta que
el resto de los países de Europa continental: liberalización indiscriminada del
comercio de bienes y servicios, desregulación del sector financiero y una
política en materia laboral que mantiene estancado el incremento de las
remuneraciones salariales y que pretende suprimir las prestaciones sociales de
los trabajadores.
Está claro que el sueño de una
Europa democrática, social y solidaria es solamente eso, una fantasía. El
'Estado del bienestar', ese que se construyó tras la segunda posguerra, hoy
prácticamente está desmantelado. La calidad de una democracia no puede evaluarse
únicamente por la celebración de un referéndum y por el respeto de sus
resultados de parte del Gobierno. La democracia significa, sobre todo, la
participación directa en las principales decisiones que atañen a una sociedad,
tanto en el ámbito de la economía como en el campo de la vida política.
Y es aquí donde la construcción de la Unión Europea tiene sus
principales fallas: el diseño del proyecto de integración se ha convertido en
un asunto reservado para las élites empresariales. Las grandes corporaciones
han sido las principales beneficiarias de la puesta en marcha de un 'mercado
común, son ellas las que insisten en aprobar cuanto antes el Tratado
Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés)
promovido por el Gobierno de Estados Unidos, son ellas las que promueven la
ofensiva de la Organización del Tratado del Atlántico de Norte (OTAN).
Es cierto que Europa necesita de
forma urgente un rediseño institucional, sin lugar a dudas. De hecho, luego del
triunfo del 'Brexit', en varios países se ha propuesto llevar a cabo
referéndums para abandonar la Unión Europa; sin embargo, hay que tomar en
cuenta que la mayoría de los países de la Europa continental forman parte
también de la Eurozona, no es este el caso del Reino Unido, que siempre se
resistió a adoptar la moneda común.
Y hasta el momento las fuerzas
progresistas en Europa no se han propuesto precisamente abandonar el euro.
Recordemos por ejemplo el caso de Grecia en 2015: con un Gobierno de izquierda,
la Troika (integrada por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el
Fondo Monetario Internacional) rechazó todas las propuestas del programa
económico de Syriza. Y aunque el Gobierno griego convocó a un referéndum para
rechazar las condiciones leoninas del tercer programa de rescate, finalmente la
austeridad fiscal volvió a imponerse.
El primer ministro, Alexis
Tsipras, siempre se mostró reacio a que Grecia abandonara la Eurozona (el
llamado 'Grexit'), con todo y que hasta la fecha se ha revelado imposible poner
en marcha una política económica alternativa y, al mismo tiempo, cumplir con
las exigencias de la Troika. A mi juicio, el gran drama que vive Europa en
estos momentos es que quienes proponen la salida del euro y, luego entonces, de
la Unión Europea, son dirigentes de partidos políticos de extrema derecha,
aquellos que utilizan la retórica xenofóbica para desviar la atención de las
verdaderas causas de la crisis y que, digámoslo con claridad, no tienen ninguna
intención de conseguir el renacimiento de Europa…
Ariel
Noyola Rodríguez
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