Suicidio saudita
por Thierry
Meyssan
Arabia Saudita retomó el plan qatarí tendiente a
derrocar el régimen laico en Siria pero Riad parece incapaz de adaptarse al
brusco retroceso de Estados Unidos. No sólo rechaza el acuerdo
ruso-estadounidense sino que incluso prosigue la guerra y está anunciando
diversas represalias para «castigar»
a Estados Unidos. En opinión de Thierry Meyssan, esa obstinación equivale
a un suicidio colectivo de la familia Saud.
Abandonada en Siria por
Estados Unidos, ¿se suicidará Arabia Saudita a falta de lograr llevarse la
victoria? Eso es lo que puede pensarse al ver los siguientes acontecimientos:
El 30 de septiembre pasado, el príncipe Bandar Ben Sultan viajó
a Rusia, donde no sólo fue recibido
por su homólogo, el jefe de los servicios secretos, sino por el presidente
Vladimir Putin. Hay dos versiones de ese encuentro. Según los sauditas, Bandar
se expresó en nombre del reino y de Estados Unidos. Propuso comprar
armamento ruso por una suma ascendente a 15 000 millones de dólares
si Moscú abandonaba Siria. Según los rusos, Bandar se expresó con
arrogancia, amenazando con
el envío de yihadistas que pondrían en crisis la celebración
de los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi si Moscú persistía en su respaldo
al régimen laico de Damasco y proponiendo un verdadero soborno. Sea cual
sea la verdad, lo cierto es que el presidente Putin vio las palabras del
príncipe saudita como un insulto a Rusia.
El pasado 30 de septiembre, el príncipe
Saud Al-Faisal estaba inscrito como orador en el orden del
día del debate general de 68ª Asamblea General de la ONU. Sin embargo, furioso
ante el acercamiento entre Irán y Estados Unidos, este otro príncipe saudita –que
funge como ministro de Relaciones Exteriores– simplemente abandonó la sede de
la ONU, sin excusarse siquiera. Tan grande era su cólera que incluso
se negó a que el discurso que iba a pronunciar, ya preparado
e impreso de antemano, fuese distribuido a las delegaciones de los
demás países.
El 11 de octubre, el secretario general
adjunto de la ONU y ex responsable del Departamento de Estado para el
Medio Oriente, Jeffrey Feltman,
recibía a una delegación libanesa. Al hablar, en nombre del secretario
general de la ONU Ban Ki-moon, Feltman no encontró palabras lo suficientemente
duras para criticar la política exterior de Arabia Saudita, basada en «rencores»
e incapaz de adaptarse a un mundo cambiante.
El 18 de octubre, la Asamblea General de la
ONU elegía –193 votos a favor y 176 en contra– a Arabia Saudita para ocupar un
puesto de miembro no permanente en el Consejo de Seguridad por un periodo
de 2 años, que comenzaría el 1º de enero de 2014. El embajador saudita Abdallah
El-Muallemi se felicitaba entonces por esa victoria que, según él, era un
reflejo de «la eficacia de la política saudita caracterizada por
la moderación» (sic). Sin embargo, unas pocas horas más tarde
el príncipe Saud Al-Faisal publicaba un comunicado –de tono nasserista–
sobre la incapacidad del Consejo de Seguridad y la negativa del reino a
ocupar el puesto en ese órgano. Aunque mencionó el tema de Siria como
motivo principal de esa decisión, el ministro saudita se dio el lujo de
denunciar también la cuestión palestina y el tema de las armas de destrucción
masiva en el Medio Oriente, o sea de designar simultáneamente como enemigos de
la paz a Irán e Israel. Dado el hecho que la crítica contra la
política de la ONU en Siria equivale a una denuncia directa contra Rusia y
China, que recurrieron por 3 veces a su derecho de veto, el
comunicado saudita era un insulto a Pekín, cuando China es actualmente el
principal comprador del petróleo saudita. Ese viraje, que provocó consternación
en las Naciones Unidas, fue sin embargo ruidosamente saludado por Francia
y Turquía, países que dicen compartir la «frustración» de Arabia
Saudita sobre el tema de Siria.
El 21 de octubre, el Wall Street Journal
revelaba que el príncipe Bandar Ben Sultan había invitado varios
diplomáticos europeos acreditados en Riad a visitarlo en su domicilio, donde
les narró el furor saudita ante el
acercamiento entre Irán y Estados Unidos y el retroceso
estadounidense en Siria. Ante sus atónitos interlocutores, el jefe de los
servicios secretos sauditas anunció que el reino piensa vengarse retirando sus
inversiones de Estados Unidos. Retomando el episodio del asiento en
el Consejo de Seguridad, el Wall Street Journal precisó que –según
el príncipe Bandar– el comunicado no estaba dirigido contra la actitud de Pekín
sino contra Washington, precisión que resulta tanto más interesante cuanto que
no corresponde a la situación.
Ante la incredulidad que suscitaron esas
declaraciones y los comentarios conciliadores del Departamento de Estado, el príncipe saudita Turki Ben
Faisal explicó a la agencia Reuters que su enemigo
personal Bandar había hablado en nombre del reino y que esa nueva política
no será objeto de revisión. Lo cual quiere decir que no existen divergencias
al respecto entre las dos ramas rivales de la familia reinante en Arabia
Saudita –los Sudairi y los Shuraim– sino una visión común que comparten los dos
bandos.
En resumen, Arabia Saudita insultó a Rusia en julio
pasado, insultó a China hace 2 semanas. Y ahora insulta a Estados Unidos. El
reino anuncia que va a retirar sus inversiones de este último país,
probablemente para volverse hacia Turquía y Francia, aunque ningún experto ve
cómo pudiera ser eso posible. Ese comportamiento puede tener dos explicaciones: Riad finge cólera para que
Washington pueda continuar la guerra en Siria sin responsabilizarse
con ella o la familia Saud está cometiendo un suicidio político.
La primera hipótesis parece estar en contradicción
con las palabras de Bandar ante los embajadores europeos.
Si estuviese jugando a favor de Estados Unidos por debajo de
la mesa, el jefe de los servicios secretos sauditas tendría especial
cuidado en no ponerse a predicar revoluciones a sus aliados.
La segunda hipótesis recuerda el comportamiento de
los camellos, animal preferido de los beduinos sauditas.
Esos cuadrúpedos tienen la reputación de alimentar sus rencores durante
largos años y de ser incapaces de vivir en paz mientras no hayan logrado
concretar su venganza, sea cual sea el precio a pagar por ello.
Pero Riad parece haber olvidado que la
supervivencia de Arabia Saudita está en juego desde que John O. Brennan
fue nombrado director de la CIA, en marzo de 2013. Brennan, quien
estuvo destacado en Arabia Saudita, es un resuelto adversario del dispositivo
que sus predecesores montaron en el pasado con Riad: el yihadismo
internacional. Brennan estima que si bien esos elementos hicieron un buen
trabajo en su momento –en Afganistán,
Yugoslavia
y Chechenia–, hoy se han hecho demasiado numerosos e incontrolables.
Lo que empezó siendo una banda de extremistas árabes enviados a combatir
contra el Ejército Rojo se ha convertido con el tiempo en una constelación de
grupos, presentes desde Marruecos hasta China, que hoy luchan más con la perspectiva
de imponer el modelo de sociedad saudita que para vencer a
los adversarios de Estados Unidos.
Ya en 2001, Estados Unidos había planeado liquidar
al-Qaeda atribuyéndole los atentados
del 11 de septiembre. Pero, con el asesinato oficial de
Osama ben Laden en mayo de 2011, Washington prefirió rehabilitar esa red y la
utilizó profusamente en Libia y en Siria. Sin al-Qaeda nunca hubiese sido
posible el derrocamiento de Muammar el-Kadhafi, como ha quedado demostrado
con la llegada de Abdelhakim
Belhaj –ex número 2 de al-Qaeda en Libia– al cargo de
gobernador militar de Trípoli. Según la visión de Brennan, es necesario reducir
el yihadismo a su mínima expresión y conservarlo únicamente para su uso
como fuerza de apoyo de la CIA en ciertas circunstancias.
El yihadismo no sólo es la única fuerza efectiva de
Arabia Saudita, cuyo ejército se divide en dos unidades que obedecen cada una a
uno de los clanes de la familia Saud, sino que además se ha convertido en la
única razón de ser del reino en la medida en que Washington ya no necesita
a Arabia Saudita para que le garantice el petróleo ni tampoco para que
predique la causa de la paz con Israel. Lo anterior explica
el regreso del Pentágono al viejo plan de los neoconservadores:
«Expulsar de Arabia a los Saud», según el título de un PowerPoint
proyectado en julio de 2002 a los miembros del Consejo Político
del Departamento de Defensa. Ese proyecto prevé el desmantelamiento
de Arabia Saudita en 5 zonas, 3 de las cuales estarían llamadas
a convertirse en Estados independientes entre sí mientras que las otras
2 pasarían a formar parte de otros países.
Al optar por probar fuerza con Estados Unidos, la familia Saud no
deja opción a los estadounidenses. Es poco probable que Washington permita que
unos cuantos beduinos adinerados le digan lo que tiene que hacer, lo cual hace
muy previsible que decida meterlos en cintura. En 1975, Washington no
vaciló en ordenar el asesinato del
rey Faisal. Esta vez, es muy probable que actúe de forma
aún más radical.
Fuente
Al-Watan (Siria)
Al-Watan (Siria)
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