Mandela e Israel
por Thierry Meyssan
Ante el fallecimiento de Mandela, los occidentales
están emitiendo más expresiones de tristeza que los propios africanos. Su
ruidoso duelo es una forma de tratar de compensar hoy la práctica de la
ideología colonial que tanto han defendido y los crímenes a los que dio lugar.
Pero resulta incomprensible que en medio de esa gran ola de homenajes nadie
mencione el hecho que aún subsiste en nuestros días un Estado racista,
históricamente basado –al igual que la Sudáfrica del apartheid– en la visión
del mundo de Cecil Rhodes, el teórico del «imperialismo germánico». El ejemplo
de Mandela sigue siendo válido y todavía existe lugar para continuar su lucha.
11
de abril de 1975, Jerusalén, residencia del primer ministro de Israel. De
izquierda a derecha aparecen Eschel Roodie, director sudafricano de Propaganda;
Yitzhak Rabin, primer ministro de Israel; Henrik van den Bergh, director de los
servicios secretos sudafricanos, y Shimon Peres, ministro de Defensa de Israel.
La obra de Nelson
Mandela se celebra en todo el mundo, en ocasión de su deceso. Pero, ¿de qué sirve su ejemplo si aceptamos hoy que se mantenga en un Estado
–Israel– la ideología racial que Mandela logró derrotar en Sudáfrica?
El
sionismo no es un fruto del judaísmo, que durante mucho tiempo se opuso a esa
ideología. El sionismo es un proyecto imperialista nacido de la ideología
puritana británica. En el siglo XVII, Lord Cromwell derrocó la
monarquía inglesa y proclamó la República. Instauró una sociedad igualitaria y
quiso extender al máximo el poderío de su país. Para lograrlo esperaba
establecer una alianza con la diáspora judía, que se convertiría entonces en la
vanguardia del imperialismo británico. Con ese objetivo autorizó el
regreso de los judíos a Inglaterra, de donde habían sido expulsados hacía 400
años, y anunció su intención de crear un Estado judío, Israel. Pero murió sin
haber logrado que los judíos se unieran a su proyecto.
El
Imperio británico nunca dejó desde entonces de cortejar a la diáspora judía
proponiéndole la creación de un Estado judío. Así lo hizo Benjamin Disraeli,
primer ministro de la reina Victoria, en ocasión de la conferencia de Berlín,
en 1884. Las cosas cambiaron con el teórico del imperialismo británico, el «muy
honorable» Cecil Rhodes –fundador de la De Beers Mining Company [que llegó a
controlar el 90% de las ventas de diamante a nivel mundial] y de Rhodesia–,
quien finalmente encontró en Theodor Herzl el cabildero que necesitaba. Cecil Rhodes y
Theodor Herzl intercambiaron una abundante correspondencia, cuya publicación
fue prohibida por orden de la Corona británica al cumplirse el centenario de la
muerte de Rhodes. Para ellos, el mundo tenía que hallarse bajo el
dominio de la «raza germánica» –o sea, también según ellos, además de los alemanes, los
británicos, incluyendo a los irlandeses, los estadounidenses y canadienses, los
australianos y neozelandeses y los sudafricanos– y esa raza tenía que extender
su imperio conquistando nuevas tierras con ayuda de los judíos.
Theodor
Herzl no sólo logró convencer a la diáspora de unirse a ese proyecto sino que
invirtió la opinión de su comunidad mediante la manipulación de sus mitos
bíblicos.
El Estado judío no estaría en una tierra virgen, en Uganda o en Argentina, sino
en Palestina y con Jerusalén como capital. De manera que el actual Estado de
Israel es al mismo tiempo hijo del imperialismo y del judaísmo.
Desde
el momento mismo de su proclamación unilateral, Israel se vuelve hacia
Sudáfrica y Rhodesia, los dos únicos Estados que se identifican –como el propio
Israel– con el colonialismo de Rhodes. Poco importa que los afrikaneers hayan sido
partidarios del nazismo, lo importante es que tienen la misma visión del mundo
que los sionistas. Aunque no fue hasta 1976 que el primer ministro John
Vorster hizo su viaje oficial a la Palestina ocupada, ya en 1953 la Asamblea
General de la ONU condenaba «la alianza entre el racismo sudafricano y el
sionismo». Ambos Estados mantuvieron una estrecha colaboración, tanto en materia de
manipulación de los medios de difusión occidentales como en el uso del
transporte como medio de evadir los embargos, y también con vista a la
obtención de la bomba atómica.
El ejemplo de Nelson
Mandela demuestra que es posible liberarse de ese tipo de ideología y alcanzar
la paz civil. Israel es hoy en día el único heredero mundial del imperialismo
según la versión de Cecil Rhodes. Para alcanzar la paz civil, israelíes y
palestinos tendrán que encontrar su propio De Klerk y también su Mandela.
Thierry Meyssan
Fuente: Red voltaire
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