El Inversor: Escuela en cursivas
Autor: Pablo Doberti
¿Cómo es
la maniobra escolar? Es siempre la misma: lo complejo reducido a lo simple.
Quiero decir, lo vivo a lo muerto; lo abierto a cerrado. Las escuelas siempre
operan así. Una opinión se reduce a una definición; la verdad a una taxonomía;
una historia a una moraleja
Manuscrito: "El jardín de los senderos que bifurcan" |
Mi hijo
menor, Mateo, va a una “buena escuela”. Esta mañana estábamos conversando él y
yo (estaba con nosotros Eva, su hermana un año mayor) frente a la chimenea
encendida (en Sao Paulo estos días hace un frio propio de Oslo) cuando me
preguntó, apuntando a una foto de Borges que tengo colgada al lado de la
chimenea: ¿quién es él? Mateo tiene 5 años.
Me alegró la
pregunta. Era la primera vez que reparaba en esa foto de un “extraño” en casa.
Hay más extraños de ésos por la casa, pero al menos reparó en Borges. Es
Borges, Mate, respondí. Un enorme escritor que yo admiro mucho. Ah, me
respondió con total naturalidad. ¿Y escribe en cursiva?
La pregunta
trazó una recta en el aire. De repente el mundo cimbró y me sentí atolondrado.
Miré a Eva a ver si compartía mis sensaciones y no, para nada; asistía a la
pregunta de su hermano con aquella pasmosidad de quien asiste a lo cotidiano y
natural. El asombro era mio, no de ella. Tampoco se reía, que hubiera podido
ser y algo me hubiera calmado.
Es justo ahí
donde digo que la escuela mata. Y mata tanto la buena como la mala escuela, la
rica como la pobre. El concepto escolar es lo que mata. Mata el arquetipo. A
sangre fría, como si no se diera cuenta (como los psicópatas más puros), la
escuela escolariza todo y lo estrangula hasta asfixiarlo. Deja sin vida aún lo
más vital. Es el perfecto asesino. Mata quirúrgicamente. Deseca. Mateo (que
hasta tiene en las paredes de su casa fotos de Borges, imagínense en qué lugar
de la media de estímulos y símbolos literarios él está) subsume la literatura
en la caligrafía, como si nada. Mientras su hermana sigue jugando con el fuego,
como si tampoco… Como si así fuera.
Mi estupor
no es el problema. El problema son ellos, mis hijos, los niños. Yo podría
torturarme con los efectos más eruditos de la cosa, pero el problema que
levanto en esta nota no es el mio, es el de ellos. La escuela me los está
deformando; nos los está reduciendo. La escuela les está impidiendo vivir.
Reducir la escritura a la caligrafía no es un problema de sofisticación
intelectual, sino de espesor vital. No me interesa la literatura para Mateo por
aquello de su refinamiento, sino por esto de su vigor básico, expresivo,
productivo, propositivo y estético. Yo quiero que cuando mi hijo escriba,
escriba; que cuando esté escribiendo sienta y sepa que está escribiendo. Es
decir, contando algo; componiendo. Constituyéndose en lo que escribe. Narrando
y narrándose.
Pero su
escuela, la escuela, me lo aleja cada hora más. Me lo insulta porque lo denigra
denigrando la escritura. Lo está agrediendo. Lo tortura. Me lo mata con la otra
muerte, la lenta y la irreversible.
Mateo tiene
salvación, lo sé. Soy yo. Pero la salvación que yo quiero para todos los Mateos
del mundo (que comparten el día entero con sus hermanas Evas y sus perros
Dudús) es la de una escuela que no haga esto, sino lo contrario. Una escuela
que no escolarice más nada. Que deje abiertos los problemas y elevadas las
ilusiones. Una escuela que no se permita hablar de escritura antes de hablar de
literatura, ni de literatura antes de hablar de ficción, y antes aún de
narración e imaginación, y así. Que invierta los órdenes para dejar respirar.
Que abra las ventanas. Que obligue a respirar, si lo desea. Pero que no nos los
atormente. Que no nos los raskólnikovice.
¿Cómo es la
maniobra escolar? Es siempre la misma: lo complejo reducido a lo simple. Quiero
decir, lo vivo a lo muerto; lo abierto a cerrado. La escuelas siempre operan
así. Una opinión se reduce a una definición; la verdad a una taxonomía; una
historia a una moraleja; el espacio a una regla y una escuadra, o a una
función; una decisión a una norma; la historia a las fechas; la geografía a las
banderas; la ciencia a los sistemas de reproducción; una asamblea a la
jerarquía; el arte a las horas libres; la lengua a la gramática, cuando no a la
ortografía; el estudio a la memorización; la evaluación a la constatación; las
preguntas a las afirmaciones encubiertas; la interacción a la pantomima; la
participación a la concesión; la producción a la herejía… la escritura a la
caligrafía.
La escuela
hubiera objetado a Rulfo porque eso de Pedro Páramo
no quiere decir mucha cosa y confunde el sentido. O que las Crónicas Marcianas en realidad
deberían traducirse por Crónicas de
los Marcianos. Y yo, que quiero que mi Mateo conviva con los
blancos nocturnos con la naturalidad con que da de comer a su perro. Creo que
voy a pedir una reunión…
Mateo, amor
mio, escúchame –dije por fin. Este hombre al que estamos mirando ahora juntos
dedicó su vida a encontrar un adjetivo, hizo del lenguaje una ciencia exacta y
de la ciencia exacta un esoterismo, mi amor. Borges quedó ciego de hiperver y
balbuceaba para administrar su lucidez letal. Dictaba con la precisión del
físico nuclear y corregía con el rigor del cirujano plástico. Su vida es su
obra y su obra vale mil vidas, Mateíto. Su Aleph me desvela. Estamos ante la literatura
misma, ¿entiendes?
… Claro,
cuando quise darme cuenta Mateo ya no estaba conmigo, escuchándome; Eva
tampoco. Se habían ido corriendo escaleras arriba porque los había llamado su
madre para que se apuraran, que a ver si llegan tarde a la escuela.
Fuente: Pijama surf
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