La crisis invisible de Fukushima
Imágenes del interior del reactor nº 4, publicadas
el 12 de agosto de 2013. http://fukushima-diary.com/
No espere escuchar en los informativos nada
referente al desastre nuclear de Japón: a diferencia de otras catástrofes
ambientales, la presente crisis de Fukushima parece que no ofrece material que
sea objeto de noticia.
El 22 de julio de 2013, un día después de que
ganase las elecciones el Partido Liberal Democrático del Primer Ministro Shinzo
Abe, un partido pronuclear, Tokyo Electric Power Company (TEPCO), informó de que
el agua subterránea procedente de la central nuclear de Fukushima Daiichi
estaba contaminando el Océano Pacífico. El jefe de la Cooperativa
Pesquera, Hiroyucki Sato, se quejó en la prensa local: “TEPCO dice que la
contaminación se estanca en el interior del puerto, pero el puerto está
conectado con el océano, la mareas entran y salen. No se puede decir que esto
no tenga ningún impacto. Queremos que se tomen medidas de inmediato”. La
Federación Nacional de Asociaciones de Cooperativas Pesqueras dicen que la
forma en que se ha manejado la información es “una traición a la industria
pesquera y a los ciudadanos de Japón”.
Más de dos años después del terremoto y el
catastrófico tsunami, la planta nuclear de Fukushima sigue en crisis. TEPCO
dice que aún no tiene una explicación convincente sobre por qué la información
sobre las filtraciones se dio después de las elecciones. Y sus aseveraciones de
que la contaminación permanece en el puerto son aún menos convincentes, sobre
todo después de saber que durante semanas estuvo negando que se produjeran
filtraciones. El Gobierno estima que son unas 300
toneladas diarias de agua contaminada las que se vierten al océano. Los
empleados de TEPCO no han confirmado esta estimación.
Esto que acabamos de conocer es sólo uno de
los muchos problemas en que se encuentra inmersa la planta nuclear de Fukushima
Daichii: cortes de energía, emisión de
vapores radiactivos y falta de espacio para almacenar el agua contaminada
(320.000 toneladas hasta el momento, con planes para construir tanques que
puedan almacenar hasta 700.000 toneladas de agua radiactiva en 2015). Pero
esta estrategia resulta ya familiar: negación y retrasos, y después admisión de
errores y disculpas de los responsables de TEPCO. En retrospectiva, la
declaración de 2011 de una parada fría de los reactores suena a algo tan infame
como la “misión cumplida” de George W. Bush en las primeras etapas de la guerra
de Irak.
Dale Klein, ex jefe de la Comisión Reguladora
Nuclear de los Estados Unidos, invitado a formar parte del comité de asesores
de TEPCO, reaccionó de la siguiente forma ante las últimas revelaciones hechas
por los ejecutivos de la compañía: “Esto indica
que no saben lo que están haciendo, que no tienen ningún plan, y que no están
haciendo nada para proteger ni a las personas ni al ambiente”. El
diario Asahi Shimbun dijo “que tenía fe nula en la competencia de los servicios
públicos, y que es una temeridad dejar a la Compañía en el manejo de las crisis
nuclear”.
A principios de este mes,
TEPCO con otras compañías eléctrica de Japón, iniciaron las maniobras para
reiniciar el funcionamiento de sus reactores nucleares, que habían parado por
orden del Gobierno para inspeccionar su seguridad después de la catástrofe de
Fukushima. Y aunque la
mayoría de las encuestas siguen mostrando que la población apoya el abandono de
la energía nuclear, la victoria del Partido Democrático Liberal en las
elecciones de julio hace que eso resulte más improbable. Este verano, el
Jefe del partido, Sanae Takaichi, abogó por el reinicio del funcionamiento de
los reactores del país, sobre la base de que nadie ha muerto a causa del
accidente, una información que indignó a muchos de los familiares de las
víctimas, que culpan de las muertes en las evacuaciones provocadas por el
desastre. Mientras tanto, el Primer Ministro Abe y el resto de sus
miembros de Gobierno están promoviendo la venta de equipos de energía nuclear a
otros países como Turquía, Brasil y Arabia Saudí.
Acordonada en el interior de la zona
prohibida, las filtraciones de la planta es una fuente de vergüenza y de
ansiedad, algo que se ignora con demasiada facilidad. A diferencia de otras
catástrofes ambientales, la crisis nuclear de Fukushima ofrece poco argumento
para un guión, así que pasa desapercibida en los informativos, a excepción de
las conferencias de prensa en las que aparece el rostro sombrío del presidente
de TEPCO, Naomi Hirose, inclinándose y dando nuevas disculpas. Y así está la
historia, que rara vez tiene la atención que se merece.
La paradoja de la radiación es que su
invisibilidad hace que sea más fácil ignorarla y temerla. Para algunos, la
respuesta a Fukushima es la de construir otros reactores, plantas nuevas y más
seguras. Para otros, el peligro parece que está en todas partes, una lenta
acumulación del daño medido por los contadores Geiger y los cánceres
detectados. Una de las razones de esta discrepancia radica en una desigualdad
fundamental de la energía nuclear: la energía obtenida se distribuye
ampliamente, pero los mayores riesgos son locales. Los periódicos de Fukushima
todavía siguen dando los valores de radiación junto a los artículos que
muestran la ansiedad de los padres sobre si es seguro o no permitir a sus hijos
nadar durante las vacaciones de verano. Los desplazados sienten a menudo que
son ignorados, un recordatorio incómodo de una reconstrucción inacabada del
país y de un debate insuficiente sobre las fuentes de energía. Pero si incluso
los que nos encontramos lejos tenemos menos que temer, se trata de una crisis
de la que ya no podemos permitirnos el lujo de ignorar.
Una de las
lecciones de Fukushima es lo difícil que resulta distinguir entre el
sentimiento de seguridad y este otro hecho: libertad frente al miedo y libertad
frente al peligro. Sentirse seguro requiere de un acto de fe, fe en la técnica, en
la supervisión del Gobierno, fe en lo que no se puede ver, no se puede ver y no
te hará daño. Pero es tarde para tener fe en TEPCO. Queda por ver el efecto de
la declaración del Primer Ministro Abe, de que su Gobierno tomará un papel más
relevante en la crisis nuclear. La libertad frente al peligro nunca está
garantizada por los que detentan el poder. Cuando hay un accidente, algo que
parece inevitable, es la gente la que tiene que exigir unas cuentas claras y
transparentes. Y eso significa renunciar a nuestra libertad frente al miedo.
Eric Ozawa
es un escritor y traductor que vive en Nueva York.
Fuente 1: http://www.commondreams.org/view/2013/08/20-1
Fuente2: noticiasdeabajo.wordpress
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